Con su retirada de Afganistán y la decisión de poner fin a los programas que caracterizaron los conflictos estadounidenses de las últimas dos décadas, el Pentágono de la istración de Joe Biden está planeando competencias a largo plazo contra China y Rusia. Es por ello que Estados Unidos quiere sacar adelante el Proyecto de reactores nucleares móviles Pele.
Diseñado para suministrar energía a tropas remotas, Pele está preparado para luchar en la última guerra, que careció de amenazas de alto nivel y durante la cual los convoyes de combustible vulnerables fueron una fuente importante de bajas estadounidenses.
El Pentágono ha preguntado al Congreso si podrá gastar 60 millones de dólares en Pele, aunque el Congreso no termina de ver esto claro ya que Estados Unidos se convertiría en el objetivo principal de los ejércitos chino, ruso, norcoreano e iraní. Para hacer frente a la amenaza de un ataque, el combustible de Pele tendría que ser estable y resistente al derretimiento.
En caso de que se produjera un gran ataque, se podría enterrar el combustible entre los escombros, evitando que disipe el calor y provocando que exceda su temperatura de diseño. E incluso si el combustible permanece intacto, es radiactivo y crearía un riesgo de contaminación una vez liberado del reactor por culpa de un ataque.
También existen otras formas de energía como la solar o la eólica que son utilizadas por la industria comercial. Tambien se está avanzando en el uso de baterías para el almacenamiento de energía. Combinar estas distintas fuentes de energía podría ser otra alternativa para Estados Unidos y más efectiva que Pele. Por tanto, el Congreso debería reconducir el presupuesto que se usaría en Pele para explotar estos nuevos enfoques energéticos.